El Día de los Difuntos, celebrado anualmente el 2 de noviembre, es una tradición profundamente arraigada en Ecuador que permite a las familias recordar y honrar a sus seres queridos que han partido. Este año, los cementerios de todo el país se convirtieron en espacios de encuentro y reflexión, donde flores, mensajes y ofrendas llenaron las tumbas de quienes dejaron una huella en la vida de sus familiares. En Guayaquil, catrinas coloridas recibieron a los visitantes, invitándolos a dejar fotos y cartas en homenaje a sus difuntos.
Los rituales varían entre las familias, pero todos comparten el mismo sentimiento de amor y nostalgia. Milton Vera, por ejemplo, visita la tumba de sus padres varias veces al año para inmortalizar sus nombres, mientras que Rodolfo Gallegos y su hermana adornan la sepultura de sus padres, a quienes no ven desde hace más de tres décadas. En Quito, algunas familias continuaron con la tradición de compartir comidas junto a los recuerdos de sus seres queridos, aunque este año se notó una disminución en la participación.
A pesar de que muchos cementerios tuvieron menos visitantes que en años anteriores, la esencia del Día de los Difuntos se mantuvo viva en el corazón de quienes asistieron. Este día no solo es un momento para recordar a los que ya no están, sino también para reflexionar sobre el valor de la vida y la importancia de mantener vivas las memorias de nuestros seres queridos. En medio de la tristeza, el amor y la conexión familiar perduran, demostrando que, aunque físicamente ausentes, siempre estarán presentes en nuestras vidas.